Los personajes de Hebe Uhart están provistos de complejos sistemas de hábitos y creencias derivadas de refranes en desuso, consejos de los mayores y libros estrafalarios. A partir de esos datos tratan de descifrar el ambiente y los acontecimientos, lo que conduce en general a razonamientos y conductas hilarantes.
La ficción de esta escritora argentina, nacida en 1936 y con una obra que prolifera y asciende como la hiedra, de manera subrepticia, irradia algo nuevo y recóndito. En sus cuentos o breves novelas, lo más nimio cobra importancia por la forma en que se lo percibe y experimenta. Los grandes acontecimientos, las hazañas o las desdichas tienen que ver con captaciones de aquello que está más próximo.
Esa forma de nombrar lo familiar, desmenuzándolo, es también una toma de distancia que potencia lo literario. Si bien Uhart es una escritora que suele vérselas con la vida doméstica, su voz narradora, sin embargo, no parece responder en absoluto a la domesticación. Esto queda claro, por ejemplo, en "Señorita".
Según dice Graciela Speranza en un excelente prólogo, se trata de "las minucias de la experiencia, una suerte de micrometafísica que extraña y reencanta el mundo cotidiano".
"Guiando la hiedra", uno de sus cuentos más comprometidos, comienza con una primera persona que acomoda la realidad de a pedacitos: "Aquí estoy acomodando las plantas, para que no se estorben unas a otras, ni tengan partes muertas ni hormigas". Y desde ese lugar expone toda una filosofía de vida, un trazado de la existencia humana, de la mezquindad, de los deseos, de los sentimientos más profundos. Y todo, como diría Haroldo Conti, "a través de una escritura de honduras y laberintos", que suele redimirse en el asombro. Por eso, mientras guía la hiedra, la narradora se dice a sí misma: "Me siento tan humilde y gentil al mismo tiempo que agradecería a alguien, pero no sé a quién". Y concluye: "Arre, hermosa vida".
Si bien Hebe Uhart parece quedarse quietita en el jardín, o de veraneo en una casa, o en su pueblo natal, o en la cocina o en la universidad, no es fácil situarla. Graciela Speranza le otorga un lugar especial, lejos de los escritores argentinos con los que la suelen relacionar: "No hay en Uhart el rencor arltiano, ni la atracción del «otro» puro de las lenguas de las criadas de Silvina Ocampo, ni la mezcla de fascinación y rechazo de Cortázar, ni siquiera el ímpetu mimético de Manuel Puig. Apenas una perplejidad frente al estereotipo que se redime con la lucidez de la distancia". Desde las entrañas de la clase media, Uhart viene a mostrar el estupor, las incongruencias, al tiempo que revela pequeñas delicias que pueden estar tanto en los nuevos brotes de una planta como en la forma de decir ciertas cosas.
Su originalidad no sólo radica en el punto de vista, sino también en el decir. Uhart parece escribir en un arranque de ganas. Como si escribiera lo que se le canta. Y encanta.
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